domingo, septiembre 14, 2014

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Luego de una mañana placenteramente laboriosa, me puse a buscar películas en cable. Recorría la parrilla de canales y me quedé cerca de siete horas en Moviecity Classics. El motivo para mí era no menos que poderoso. No, no se trataba de un ciclo dedicado a Godard, Lynch, Coppola, Scorsese, Anderson… Más bien, el motivo era frívolo, lo único que quería era divertirme, pasar varias horas en blanco, viendo a Sean Conney como el Agente 007 James Bond y, por supuesto, el verdadero pulso de la sentada de la maratón dedicada al agente, el desfile de las Chicas Bond.
Vi las películas y me olvidé por completo del partido de Alianza Lima en Cusco. El día anterior había hecho planes para ver el partido, pensaba dar curso a las latas de Cusqueña que tengo en la refrigeradora, pero no fue posible, la jarra de jugo de naranja y los cigarros fueron más que suficientes en la maratón.
Acabada la maratón, puse en el CD Player los mejores éxitos de Stevie Wonder. Hace unos días le dije a una amiga, que sabe mucho más de música que yo, que lo bueno que nos ha entregado el Imperio es precisamente Stevie Wonder. Escuchando su música uno sí tiene la posibilidad de ser otro, por lo menos durante algunos minutos, de ser otro en una realidad signada por el fulgor de los arcoíris canábicos.
Desde hace unos días necesitaba de una seguidilla de horas dedicadas al más extremo de los relajos. Necesitaba desentenderme de los problemas y enfocarme en un asunto que más de una amistad me venía hablando desde hace buen tiempo. Entonces pensaba en el asunto durante la maratón de estas películas a las que puedes seguir con atención sin descuidar el análisis de otras cosas que rondan por allí y que tienes que potenciar con esa cuota llamada voluntad.
En donde otros escritores ven la felicidad, es decir, la publicación, yo me encuentro con la infelicidad. Lo que importa, pienso, de la escritura es precisamente su estado de trance, el proceso de desentendimiento que experimentas. Para mí la escritura es el trance, ese vuelo que te regala precisamente esa levitación demoniaca. Quien diga que la escritura termina en la publicación es un huevas. Lamentablemente, conozco muchos huevas que asumen de esa forma la escritura literaria. No hay momento más deprimente que el punto final. Por eso, desconfío de los huevas que escriben apurados la novela o cuentario que les pide una editorial grande, aunque esta costumbre también se está extendiendo entre las editoriales emergentes.
Algunos editores quieren publicarme. Felizmente, los veo muy serios, sé que han leído. Sus propuestas se las he comentado con las personas más cercanas a mí y estas personas cercanas me dicen que sí las tome en cuenta. Entonces pasé las últimas horas pensando en esas propuestas. Sin embargo, a la menor sensación de estar cayendo en el apuro, o peor aún, que me apuran, mando todo a la mierda, porque este Blogger no se muere por entrar al canon, ni a que los entrevisten, ni a que le tomen fotos... A este Blogger solo le importan el sexo, la lectura, el cine y el rock.
En los próximos días me levantaré más temprano y me pondré a buscar en los archivos del disco duro externo y en los USB los textos que debo ordenar. Muchos de esos textos serán reescritos, tendré que adecuar impresiones y autocriticarme. De esa tarea saldrán dos libros, distintos, que es todo lo que puedo decir hasta el momento.

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