miércoles, febrero 03, 2016

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En estos días de calor, estoy caminando más de la cuenta. Mi cuerpo se convierte en una melcocha y lo único que deseo es meterme a la ducha todas las veces posibles. En verano, si hago caminatas largas, trato de hacerlas en las noches, pero no voy a negar que las que sin pensar vengo haciendo últimamente están marcadas por el entusiasmo y la buena onda de querer hacer las cosas, y eso es lo que al final cuenta y vale la pena. 
Cerca de las tres de la tarde tuve una reunión con un amigo librero, con quien estaba definiendo algunas cosas que emprenderemos en los próximos días. Lo que me gusta es que se trata de un proyecto que me tendrá escribiendo, aún más de lo vengo haciéndolo. Se trata de una etapa nueva, aunque bien debo llamarla una etapa portátil, en la que voy a tener que reinventarme todas las veces que me dé la gana. Hablábamos y tomábamos chicha helada, que estaba buenaza, cuando recibo una llamada en el cel, llamada de la que sabía, pero que no hacía ruido ya que tengo el cel en vibrador. Cuando vi quién me llamaba, supe que era la llamada más importante de mi vida y en vano traté de devolver la llamada, por más que lo intenté, no pude comunicarme y me quedé pensando en qué hubiera sido de mí si respondía esa llamada de las 3 y 42. 
Regreso caminando al paradero del Metropolitano de Arámburu. Apuro el paso porque debía llegar antes de las 5 de la tarde. No tenía que pensarlo mucho, estaba a nada del inicio de la hora punta. Ahora las horas punta se han convertido en genuinos martirios en esos buses que saunas, en los que más vale mantener la mente en blanco y un forzado buen ánimo si es que se quiere salir vivo en el viaje. A esas horas hay que tener todas las alertas encendidas, puesto que vengo escuchando de muchas grescas en el metropolitano últimamente, y por lo que deduzco, sé que el calor y la humedad son los grandes responsables de que los buses se conviertan en temporales campos de batalla. 
Me bajo en el paradero Lampa y compro una botella de agua mineral. La Plaza San Martín es el gran escenario de los grupos políticos que se reúnen. Si algo nunca le faltará a esta plaza, ese algo será precisamente este grupo humano que veo desde la adolescencia. Decido ir a uno de ellos para cerciorarme si siguen las mismas caras, y claro que siguen, aunque ahora más pajizos y canosos. Permanezco más tiempo del que pensaba y por un momento pienso que una revolución es lo que necesita este país.

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